F. Javier Cabañes
Grupo de Micología Veterinaria, Departamento de Sanidad y Anatomía Animales, Facultad de Veterinaria, Universitat Autònoma de Barcelona, Bellaterra, España.
La relación entre la lobomicosis y la paracoccidioidomicosis viene de lejos. En 1931, Jorge Lobo informó de un patógeno fúngico inusual parecido a una levadura en un paciente humano con lesiones cutáneas y describió esta enfermedad como una forma leve de paracoccidioidomicosis.
A lo largo de los años, la enfermedad se ha conocido con diversos nombres, como enfermedad de Lobo, lobomicosis y más recientemente lacaziosis. Los intentos de aislar el hongo de las lesiones cutáneas fracasaron. Posteriormente, se informó de una enfermedad cutánea similar en delfines, y basándose en las características fenotípicas del hongo en los tejidos infectados y en que tampoco se podía cultivar, creyeron que se trataba del mismo agente etiológico que el descrito en el hombre. En humanos, esta micosis se encuentra restringida a los países latinoamericanos, principalmente en la cuenca amazónica. En el caso de los delfines, se ha detectado en diversos océanos, sobre todo en zonas costeras del continente americano y Japón. Al tratarse de un hongo no cultivable, su nomenclatura ha sido siempre controvertida y el agente causal ha sido conocido por varios nombres, como Paracocciodioides loboi o Loboa loboi, y más recientemente como Lacazia loboi. Después de 90 años de incertidumbres taxonómicas, los hongos no cultivables que causan esta enfermedad en la piel de los humanos y de los delfines se acaban de describir como especies separadas. Para ello, se han realizado análisis fenotípicos, filogenéticos y de genética de poblaciones, que las sitúan de nuevo en el género Paracoccidioides [Vilela et al. 2021]. Estos autores han propuesto los nombres Paracoccidioides cetii para la especie que causa la enfermedad en los delfines y Paracocciodioides loboi para la especie que causa la enfermedad en el hombre.
La mayoría de las lobomicosis en cetáceos se han descrito en delfines mulares salvajes (Tursiops truncatus) y en muy pocos casos en otras especies como Tursiops aduncus, Lagenorhynchus obliquidens, Sotalia guianensis, Sousa plumbea y Stenella frontalis. Una búsqueda en Pubmed utilizando los siguientes descriptores «lobomycosis» AND «dolphins»; (15 de diciembre de 2021) incluyó un total de 33 publicaciones de casos sobre lobomicosis en diferentes especies de delfines. Los delfines mulares estaban involucrados en el 76% de estos trabajos. Sin embargo, en varios de ellos el diagnóstico de lobomicosis se hizo sólo por foto-identificación en algunos delfines en libertad. En general, las lesiones son verrugosas, formando placas costrosas con ulceraciones y limitadas a la piel.
No obstante, esta enfermedad también se ha detectado en delfines en cautividad, lejos de las zonas costeras normales donde se distribuye la lobomicosis. A este respecto, ya hace algunos años se publicó un caso de un delfín mular de vida libre que fue importado de Cuba a un acuario en España [Esperón et al. 2012]. El animal llegó con dos lesiones dérmicas blanquecinas localizadas y ligeramente prominentes en la cara ventral de la punta de la aleta pectoral izquierda. Los análisis citológicos e histopatológicos de estas lesiones mostraron la presencia de las típicas levaduras en cadenas que se presentan en los casos de lobomicosis. Es interesante destacar que, en esta ocasión, el animal fue tratado, utilizando para ello principalmente itraconazol y terbinafina. Después de cuatro semanas, las lesiones se redujeron a un único y pequeño nódulo cicatricial. Normalmente, estos animales no reciben tratamiento, por lo que hay poca información al respecto.
Por otra parte, la paracoccidioidomicosis es una micosis sistémica endémica de América Latina, causada por hongos cultivables del género Paracoccidioides, cuyos principales huéspedes conocidos son los humanos y los armadillos. Paracoccidioides brasiliensis ha sido considerada durante muchos años como la única especie productora de esta enfermedad. Actualmente, se sabe que esta micosis está causada por al menos cinco especies filogenéticas, denominadas Paracoccidioides americana, Paracoccidioides brasiliensis sensu stricto, Paracoccidioides lutzii, Paracoccidioides restrepiensis y Paracoccidioides venezuelensis. Aunque el nicho ecológico de estas especies aún no se ha identificado con precisión, se ha asociado principalmente a los armadillos de nueve bandas (Dasypus novemcinctus) y a sus madrigueras. La infección se produce por la inhalación de propágulos fúngicos dispersos en el aire tras actividades que implican movimiento de tierras. La enfermedad en el ser humano puede manifestarse de forma aguda, que es poco frecuente pero que suele ser más grave, y de forma crónica, tras un largo periodo de latencia, de años o incluso décadas. Los animales salvajes infectados con P. brasiliensis pueden ser centinelas importantes de la presencia de este hongo en el medio ambiente. La detección de este patógeno en los animales salvajes atropellados en las carreteras ha demostrado ser una estrategia clave para la vigilancia eco-epidemiológica de la paracoccidioidomicosis, ayudando a detectar zonas de riesgo para la infección en humanos. Recientemente, siguiendo este método, se han citado dos nuevos hospedadores de este hongo patógeno, el zorro cangrejero (Cerdocyon thous) y la paca común (Cuniculus paca) [de Souza Scramignon-Costa et al. 2021].
Por lo que se refiere a la lobomicosis, aunque se ha planteado el hecho de la existencia de una posible transmisión zoonótica, basada principalmente en la similitud de las lesiones y de los agentes de la enfermedad en humanos y delfines, no hay datos concluyentes que indiquen que estos animales infectados con P. cetii puedan transmitir la enfermedad a los humanos.